La madurez de una estrella que ha descubierto el valor de la autenticidad se manifiesta a través de la autoaceptación
Muchos millenials crecimos con una idea de quien es Ricky Martin. Desde los años 1990 y 2000 su carrera como solista
irrumpió casi todas las actividades sociales juveniles e infantiles de aquellas
décadas. Recuerdo en aquellos primeros años de vida como incluso sus éxitos se empleaban para estimular la psicomotricidad. Hace 10 años que este artista nos está mostrando su personalidad con mayor diafanidad con lo cual ha captado la admiración de más personas, incluso la de algunos a los que no nos gustaba.
De niño lo
consideraba superficial, poco profundo, irrelevante para la formación de la conciencia
y el carácter que creía necesarios para enfrentar la vida y que la música como actividad
lúdica útil es capaz de estimular a través de cantautores como Serrat, Sabina,
Perales, Silvio Rodríguez, Milanés, Juan Luís Guerra, entre otros. La evolución de su carrera artística le ha llevado a abrazar su
vulnerabilidad y mostrar su lado más sincero, despertando el interés del publico, ampliando su influencia, en definitiva mostrando que también la vulnerabilidad es capaz de influir positivamente.
Ricky Martin es hoy un símbolo del valor que da mostrarnos al mundo con autenticidad. Muchas personas creerán que son “cosas de artistas”, pero para alguien catapultado a la fama a través de la pasión que generaba en las mujeres, mostrar hoy, otras actitudes socialmente asociadas con la delicadeza y sensibilidad que por tradición se vinculan a la feminidad, no es nada fácil.
En el performance sinfónico que ofreció
en Altos de Chavón el pasado sábado obsequió al público su vulnerabilidad, mostrando
su lado frágil a través de movimientos alusivos al ballet clásico y un
vestuario que pendulaba entre piezas de telas finas similar a los deshabillé
con estampados florales y otros looks de onda aestética.
Fue un momento poético de 90 minutos de duración que perduraron en los días siguientes y en los
que nos provocó sonrisas y llantos, sorpresa y reflexión, a través de su voz y
las caricias simbólicas que nos brindó a lo largo de toda su presentación. La
madurez de una estrella que ha descubierto el valor de la autenticidad se
manifiesta a través de gestos que evidencian no desvergüenza, como de seguro
pensarán algunos, sino autoaceptación de todas las “rarezas” que lo hacen una
persona única, lejos de aquel cantante de los 90 amoldado a cánones de antiguo
establecidos sobre el género y la diversidad.
Seguramente a muchas personas les
disgustará que alguien mantenga el éxito atreviéndose a romper las reglas de
las construcciones del género que heredamos del pasado. Estos siempre estarán,
pero si van a expresarse mal al menos que lo hagan por las razones auténticas.
Muchos otros han respondido con
un aplauso que ahora adquiere un significado de mayor trascendencia y profundidad.
Una ovación que no se esfuerza en esconder el deseo de expresar reconocimiento y
valoración a quien comparte sus talentos a través de su versión más auténtica y
especial, reafirmando con ello el valor de la autenticidad.
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