El pasado fin de semana me aventuré a reencontrarme con el
cine alternativo, después de haberlo tenido en pausa por unos años. En este
reencuentro volví a entender por qué realmente son las películas que no se
asocian a grandes casas productoras las que valen la pena ser vistas
frecuentemente. Aquellas que no son el resultado de estrategias publicitarias o
mercadológicas para aumentar estrepitosamente los ingresos de la industria
cinematográfica sino que se filman con el único propósito de contar una
historia, transmitir un mensaje, hacer pensar al público y transformar vidas brindándole
a la audiencia la posibilidad de detenerse y mirar la cotidianidad desde una
perspectiva nueva, más profunda e interesante.
En
esta ocasión llegué por casualidad a Mamey,
librería café donde no tan
recientemente han habilitado un espacio en el patio para proyectar buen cine.
La que me quedaba más cerca en el horario fue una producción mexicana: Las niñas bien . Por el título y la
sinopsis que me ofreció la amable joven que te da la bienvenida a este espacio
cinematográfico de la zona colonial de la Ciudad de Santo Domingo, me imaginé
algo ligero, superfluo y trivial. No podía estar más lejos de la realidad.
Entré
al cine, en el cual no hay ni palomitas ni refrescos algo que agradecen todas
aquellas personas que quieren perder unas cuantas libritas pero que las
estrategias publicitarias en los cines comerciales tradicionales suelen tentar
con facilidad. La sala compuesta por chailones de playa, me retrotrajeron a los
años 30. Supe en ese instante que sería
una experiencia diferente.
México.
Años 80. Excesos. Gustos caros. Las primeras escenas de la película mostraron
la vida de la protagonista. Una especie de aristócrata mexicana que disfruta
una vida de placeres y de abundancia. Una crisis económica real ocurrida en los
años 80 conocida por los sociólogos como la
crisis de la deuda, que afectó incluso la provisión de servicios públicos como
el agua, puso fin a las comodidades de la familia protagonista de la historia.
Se
acaba el dinero y se derrumba una vida. Cuando la existencia personal se basa
en pertenencias materiales, propiedades y actividades sociales el sentido de
vivir es muy frágil y puede ser destruido con facilidad dejando a las personas
desorientadas y sin un rumbo claro a pesar de contar con relaciones de
importancia: matrimonio, hijos, familiares, amigos. Nada de eso bastó para que
la familia protagonista de la historia se mantuviera firme frente a la
adversidad que suponía atravesar por dificultades materiales, distintas a las
comodidades que conocían.
La
puesta en escena es buena, las actuaciones convincentes pero la historia es
demoledora. Logra captar tu atención e inscribirse en la memoria para cuando
nos sintamos tentados a frivolizar con el sentido de la vida. Definitivamente
la recomiendo.
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